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Ciudades inteligente: desafío ineludible

La palabra “inteligente” viene del latín intelligens y significa “el que sabe escoger la mejor entre varias alternativas”.  Una ciudad inteligente, en consecuencia, es aquella que presenta la mejor alternativa para asegurar la calidad de vida de sus ciudadanas y ciudadanos y el desarrollo de la sociedad.

En el marco de la cuarta revolución industrial y la era digital, se está produciendo el encuentro entre tres grandes fenómenos a nivel mundial:  la urbanización creciente, el impacto ambiental y la digitalización.

En las últimas décadas, las ciudades han pasado a desarrollar un papel fundamental en el desarrollo socioeconómico al concentrarse la población y la mayor actividad económica en los núcleos urbanos.

De acuerdo a Naciones Unidas, la población urbana ha aumentado de manera exponencial –desde 751 millones en 1950 a 4200 millones en 2018– y continúa con esta tendencia.

América Latina, por su parte, es la región más urbanizada del mundo en desarrollo. Dos tercios de su población vive en ciudades de 20.000 habitantes o más y casi un 80% en zonas urbanas.   El aumento de la población urbana –sobre todo en los países de ingresos medios y bajos, que son los que lideran la tendencia– implica prestar atención a aspectos como el alojamiento, el transporte, la energía, los servicios educativos y sanitarios o el empleo para poder satisfacer las necesidades de los ciudadanos.

Esta concentración de personas en los núcleos urbanos está dando a las ciudades mayor peso político y económico. No obstante, allí se consume más de dos tercios de la energía mundial y representa el 70% de las emisiones globales de CO2.

En este marco, Afán Centroamérica quiere compartir con los lectores y lectoras de esta columna, algunas reflexiones sobre el debate que actualmente provoca uno de los desafíos más apasionantes de la cuarta revolución industrial y la era digital, como es el desarrollo de ciudades inteligentes.

En el II Congreso de Ciudades Inteligentes, celebrado en Madrid en el 2016[1], se reabrió el debate sobre los retos y los límites de una concepción exclusiva o predominantemente tecnológica de la ciudad.

El concepto de ciudad inteligente (smart city) todavía está en construcción y no cuenta con una definición oficial, y aunque está muy ligado al uso de las tecnologías digitales, cada vez más, incluye otros aspectos como la sostenibilidad y la eficiencia en el uso de recursos, la participación ciudadana y una gobernanza abierta y transparente.

Después de unos años en los que la perspectiva dominante ha sido la tecnológica, han venido ganando protagonismo planteamientos que ponen el foco en la ciudadanía como epicentro.

Hablamos del paso de un ciudadano-consumidor, que se limitaba a usar la tecnología y convertirse en emisor de datos, a un ciudadano inteligente que hace uso activo de todas las herramientas que tiene a su alcance. Y que protagoniza su condición de ciudadanía con una tecnología que le permite reapropiarse de la ciudad, de sus espacios públicos y de sus servicios.  Actualmente en el mundo ya tenemos varios ejemplos de ciudades inteligentes, no solo como New York en Estados Unidos, París en Europa o Tokio en Asia, sino también como Santiago de Chile o Medellín en América Latina.

Adoptar el modelo de ciudad inteligente no es sinónimo de invertir en las últimas tecnologías, sino fundamentalmente es aprovechar las virtudes de la tecnología para resolver problemas sociales, económicos, culturales y medioambientales. La ciudad, entendida como un proyecto de convivencia en un territorio, es inteligente cuando las condiciones de vida de su ciudadanía son óptimas.

En consecuencia, es fundamental facilitar y promover el acceso a herramientas y mecanismos que permitan el co-diseño de las ciudades; no sólo otorgar a los habitantes un rol pasivo como usuarios de las tecnologías, sino aprovechar su condición de ciudadanos inteligentes e involucrarles en un proceso compartido.

Por ello, en nuestros países centroamericanos debemos alentar el debate sobre el tipo de ciudades que queremos ante las diversas opciones que abre la era digital.  Esto implica analizar la potencialidad de la tecnología para incrementar la participación de la ciudadanía en procesos decisionales en la construcción de políticas públicas, tomando en cuenta que la transformación digital de las urbes representa también un cambio cultural en aspectos tan cotidianos como la forma de trabajar, el modo de desplazamiento o el tipo de vivienda.

Lo anterior debe hacerse, además, tomando las medidas necesarias para reducir gradualmente la brecha digital. De lo contrario, la aceleración del cambio, nos llevará a mayor desigualdad social y en el  futuro tendremos ciudades más inteligentes pero también más desiguales.

En síntesis, desde nuestro punto de vista, las ciudades del futuro deberán ser ciudades inteligentes y solo podrán serlo si son incluyentes, digitales y sostenibles.  Esto requiere que los distintos actores de la ciudad: gobierno local, empresas, universidades, emprendedores, ciudadanía colaboremos de forma abierta y creativa para acelerar el desarrollo y la implantación de servicios y sistemas de gestión inteligentes.

[1] https://www.esmartcity.es/2016/05/06/ii-congreso-ciudades-inteligentes

Alberto Enríquez Villacorta
Mayo 2022
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