Centroamérica frente al desafío del cambio climático
Uno de los desafíos más importantes de la actualidad es el cambio climático, debido a sus ya palpables consecuencias a nivel mundial tras el aumento acelerado de la temperatura en la atmósfera, que se acerca ya a los 1.5°C. Por esta razón, en 2019 las Naciones Unidas decretaron esta área, incluida en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030, como la que necesita medidas más urgentes.
Esta problemática ambiental está estrechamente vinculada con la relación que nuestras sociedades han construido con la naturaleza a fin de satisfacer sus necesidades de alimentación, vestido, vivienda, sustento económico y recreación, sobre todo con la enorme presión que el crecimiento demográfico viene ejerciendo y que provoca una alta sobreproducción y generación de desperdicios.
El papel de los Estados, las relaciones de poder, la conducta de las sociedades, así como la tecnología, han jugado un papel importante en dicha relación, pues el uso de los recursos depende de su significación cultural, del sistema de valores de la comunidad, de la lógica social y ecológica de sus prácticas productivas, y de la capacidad para asimilar conocimientos científicos y técnicos. La transformación de los ecosistemas está determinada por la explotación que genera el proceso de acumulación de capital.
El problema es que no se produce tomando en cuenta la capacidad de los ecosistemas de reproducir las materias primas que le son extraídas, y tampoco la satisfacción de las necesidades humanas. Se hace únicamente por la ganancia, cuya lógica nos lleva a producir siempre más, vender más, a crear la necesidad de más mercancías y hacer que éstas duren poco para poder reproducirlas. Y esto se ha visto exponenciado con el aumento de las clases medias en muchos países y con la globalización, que influye en cambios de hábitos de consumo (como dietas y moda) en el mundo.
A partir de ahí, es fácil entender que los países industriales tecnológicamente adelantados sean los principales responsables del agotamiento de los recursos minerales y energéticos no regenerables que han destrozado el equilibrio ecológico. Sin embargo, la crisis ambiental no es equitativa y lo que pasa en China o Alemania perjudica a Guatemala y El Salvador, siendo los países menos desarrollados quienes absorben las peores consecuencias, sobre todo por la falta de recursos económicos para sobrellevarlas.
Ese es el caso de la región centroamericana que, rica en biodiversidad y culturas, enfrenta niveles de pobreza y desigualdad que aunados a su ubicación geográfica y severos daños ambientales existentes, la vuelven más vulnerable a los desastres naturales, sin mencionar su difícil situación política, social y económica que complejiza la toma de decisiones y la ejecución de políticas públicas eficientes.
El Salvador, Honduras y Nicaragua han figurado en los primeros puestos del Índice de Riesgo Climático (IRC) por décadas, y en los últimos años se han roto récords históricos en frecuencia, intensidad y duración de eventos climáticos extremos, como sequías e inundaciones. Las precipitaciones anuales y el recurso hídrico han disminuido (este último también por la demanda), y la agricultura, sector económico importante en la región, ha sido de los más afectados por estos cambios, así como la generación de energía eléctrica que ha disminuído al tiempo que lo ha hecho la afluencia de los ríos.
Para enfrentar esta situación, es imperativo hacer cambios profundos, buscando modos apropiados de organización social y de tecnología, así como mecanismos adecuados de toma de decisiones. Para ello, los gobiernos y las organizaciones deben discutir, acordar y ejecutar acciones, tanto a corto como a largo plazo, para disminuir los daños y para que las poblaciones nos adaptemos al cambio.
Todas las naciones están al tanto del problema y quizá también de la solución, habiéndose logrado ya, además de acciones regionales como la Estrategia Regional de Cambio Climático (ERCC), acuerdos vinculantes a nivel internacional como el Acuerdo de París (COP21), que busca la neutralidad climática. Sin embargo, deben hacer un compromiso real, encontrando un equilibrio entre las políticas de desarrollo internas y las políticas climáticas volcadas al interés común, permitiendo así avanzar hacia un desarrollo sostenible.
Es necesario además, si se busca un cambio sostenido en el tiempo, hacer partícipes a todos los sectores de la sociedad. Esto pasa por una apropiada concientización y educación sobre el tema y por promover una mayor investigación científica sobre la situación en la región, que permita contar con datos actualizados indispensables para elaborar políticas internas enfocadas en la resiliencia, mitigación o adaptación al cambio climático.
Está claro que el actual sistema económico dominante no va a desaparecer pronto, pero muchos actores políticos, económicos y sociales pueden realizar cambios en su conducta y toma de decisiones para organizar los asuntos económicos en un sistema alternativo de vida. Definir esto es fundamental. Mientras tanto, los ciudadanos y ciudadanas, podemos contribuir decidiendo sobre nuestra vida personal: cómo organizar nuestras actividades, cómo emplear nuestros recursos, cómo funcionarán las cosas a nuestro alrededor. En Europa podemos ver incluso como ciudadanos organizados protestan por el clima (mientras Centroamérica, con otras necesidades, debe concentrarse en protestar por mantener los derechos fundamentales y la democracia). Esto, hay que decirlo, no es la solución, pero sí un aporte y una manera de manifestar que nos importa y exigir a los Estados que tomen acción.
Efectivamente, a nivel social e individual ya se está actuando, pero falta mucho por hacer, y no debemos olvidar que la tierra no nos pertenece y que la humanidad y el planeta dependen de ella.
