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COVID-19: la importancia del Estado y la gestión pública

Mucho se ha reflexionado y discutido en América Latina y en el mundo entero sobre la importancia del Estado y de la administración pública para el desarrollo de los países y el bienestar de la gente.  Más aún, en las últimas décadas ese debate ha estado permeado por una crisis de confianza bastante generalizada en los poderes públicos y los sistemas políticos de muchos países del continente.

Pero de pronto, una pandemia mundial bautizada en febrero de este año como COVID-19 por la Organización Mundial de la Salud (OMS), ha golpeado la mesa y ha irrumpido de manera inesperada en esa discusión, cuestionando y desafiando a fondo a los Estados, los gobiernos y los gobernantes en todos los países, regiones y continentes del mundo.

En primer lugar, los tomó por sorpresa y en segundo lugar con su rápida expansión y su secuela de contagios y muertes, ha sacado a flote tanto las fortalezas como las grandes debilidades y vacíos de los Estados y de la gestión pública.

Independientemente de los tamaños de los países, de sus niveles de desarrollo y de su ubicación geográfica, frente a los estragos del Covid-19, los ciudadanos y ciudadanas, las empresas grandes y pequeñas y los demás actores sociales pusieron sus ojos y acudieron al Estado esperando explicaciones sobre la naturaleza del virus y el alcance de la pandemia y orientaciones sobre qué hacer para enfrentar adecuadamente esta crisis que se dibuja ya como la más grande que el planeta ha enfrentado desde la II Guerra Mundial.

Y ¿por qué se acudió al Estado de manera tan unánime? Porque el mercado no tiene las condiciones ni las herramientas para resolver una crisis como ésta.  Porque necesitamos políticas públicas globales y nacionales, porque es indispensable que alguien tome decisiones que nos permitan movernos como cuerpo, como colectividad, y no que cada persona de manera individual haga lo que considere necesario según sus propios intereses o sentimientos, y porque solo el Estado puede garantizar los derechos de todas y todos los ciudadanos.

Así, el coronavirus nos ha llevado a las ciudadanas y ciudadanos de todos los países a enfrentar las mejores o las peores decisiones y políticas de nuestros gobiernos y gobernantes y los efectos y consecuencias de las mismas en la salud de la población, en la economía, en la democracia y en el desarrollo de nuestros países, que no puede desligarse ni desentenderse del desarrollo de las regiones y del mundo entero.

Como pocas veces ocurre, esta coyuntura mundial que ha estremecido los cimientos de nuestra civilización, nos lleva a valorar la calidad humana y la estatura política de quienes gobiernan y la importancia del Estado y la administración pública para el bienestar de la gente, la vida democrática de una sociedad y el desarrollo integral de un país.

Sin duda alguna, todas y todos  necesitamos y quisiéramos tener a las mejores personas y al mejor talento de la sociedad en los Estados y las administraciones públicas.

Y es aquí donde aparece la otra cara de la moneda. El Covid-19 también nos lleva a comprender mejor y con más profundidad  el valor imprescindible de la ciudadanía y de su participación activa y creativa en las políticas públicas, en la gobernanza y en la construcción y reforma permanente del Estado.

Al cuestionar un sistema que ha privilegiado el mercado sobre el Estado, el egoísmo sobre la solidaridad, que ha sacrificado el medio ambiente ante la avaricia y el deseo desmedido de riquezas -a cualquier costo-,  el coronavirus y sus efectos nos colocan frente a las enormes transformaciones que tenemos que emprender y que no se pueden lograr sin un Estado robusto y competente, sin una ciudadanía solidaria y responsable y sin una participación directa y creativa de todos los actores sociales.

En conclusión, una lección que nos deja esta crisis generada por la pandemia del Covid-19 es el imperativo de luchar desde ya por tener el mejor Estado posible, lo que pasa, a su vez, por tener el mejor talento de la sociedad dentro del Estado.  Y esto únicamente lo puede lograr la ciudadanía.

En nuestras manos está, por lo tanto, convertir la pandemia en una oportunidad y poner manos a la obra, recordando que vale la pena soñar el camino si somos capaces de caminar ese sueño.

Alberto Enríquez Villacorta
1 de junio de 2020
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