Estudiando a Karl Jung, aprendí que se refirió a la sombra personal como el otro en nosotros; personalidad inconsciente de nuestro mismo sexo; lo inferior y censurable; ese otro yo que nos llena de embarazo y de vergüenza: «Entiendo por sombra el aspecto “negativo” de la personalidad, suma de cualidades desagradables que desearíamos ocultar, funciones insuficientemente desarrolladas y contenido del inconsciente personal». Yo creí que la disciplina del autocontrol podría ayudarme a dominar mi sombra personal, como había hecho con mi dieta y gestión emocional, que mi vida interna y comprometida podría protegerme del sufrimiento, que mis creencias y prácticas espirituales podrían, aplacar el poder de la sombra. Pero esta guerra en Ucrania me ha afectado muy profundamente.

Bajo la máscara del Yo consciente descansan ocultas emociones y conductas negativas, rabia, celos, vergüenza, mentira, resentimiento, orgullo y tendencias violentas. Este territorio es conocido en psicología como sombra personal y se desarrolla durante la infancia.

Cuando nos identificamos con rasgos ideales de nuestra personalidad, educación y generosidad, reforzadas por el entorno, configurando el Yo y desterrando a la sombra aquellas cualidades que no se adecuan a la imagen ideal -egocentrismo-. De esta manera, el ego y la sombra se van construyendo, alimentándose de la misma experiencia vital. Cuando nuestra admiración o rechazo ante una cualidad de una persona o grupo, como la pereza, estupidez, sensualidad o espiritualidad, es desproporcionada, es probable que estemos bajo los efectos de la sombra. Pretendemos expulsar a la sombra de nuestro interior proyectando y atribuyendo cualidades a los demás en un esfuerzo inconsciente por desterrarlas de nosotros.

«La sombra sólo resulta peligrosa cuando no le prestamos la debida atención». El clima psicológico del entorno familiar (epigenética) nos expone a valores, temperamentos, hábitos y conductas, nos transmiten pautas disfuncionales de comportamientos. La familia constituye el centro de gravedad emocional en el que madura nuestra identidad, se desarrolla la individualidad con la influencia de las personas que nos rodean.

Pero el mundo se ha convertido en el escenario de la sombra colectiva, la maldad, vocifera desde titulares, deambula por calles, se esconde detrás de la publicidad, juega con el dinero desde entidades financieras, alimenta la sed de poder de políticos y corrompe sistemas judiciales, conduce ejércitos invasores, trafica vendiendo armas y drogas a enloquecidos líderes, poluciona ríos, océanos y envenena alimentos con pesticidas invisibles. Cuando sentimos un deseo muy intenso y lo relegamos a la sombra, opera, sin tener en cuenta a los demás; la amoralidad de la ciencia y la colaboración entre el mundo de los negocios, la política, la sed de riqueza y la tecnología, evidencian un deseo inconsciente de aumentar dominio sobre el mundo.

El mal, algo más profundo que lo que dicen los códigos morales, es la antivida. El mal sólo existe donde hay resistencia a la vida. Es esta distorsión de la energía dinámica que es la vida y la conciencia la que origina el mal.

 SHAKESPEARE escribió: “Nuestra vida es un tejido entrelazado con el bien y el mal, nuestras virtudes serían admirables si no estuvieran contaminadas por defectos y flaquezas serían desesperantes si no se hallaran atemperadas por nuestras virtudes”.

Percibimos el mal como un conflicto entre lo que esperamos de la vida y lo que ésta realmente es. Nuestra  visión del mundo nos ciega a la visión de lo negativo, esta ignorancia tiene consecuencias, permanecemos inconscientes de la realidad del mal y puede explicar las abominaciones realizadas por los seres humanos en nombre de una causa noble.

 Entonces la sombra colectiva la definiremos como un fenómeno de masas y hacer que naciones enteras se vean poseídas por una fuerza oculta del mal, individuos y  grupos se identifican emocionalmente con un objeto, persona o idea y dejan de lado la moral.  Ese fenómeno colectivo que sustenta la identificación con una ideología o líder, da vía libre a expresión de miedos y sentimientos de inferioridad. Asume formas colectivas fanáticas como la persecución religiosa, intolerancia racial, violencia de género, chivo expiatorio, caza de brujas o el odio genocida, como el que se revela en la invasión en Ucrania. Cuando la sombra reprimida de toda una sociedad se proyecta sobre una minoría, se activa el potencial para el mal de esa colectividad. La mayoría de nosotros solemos ser evitativos y negar lo obvio. Pero constituye una aflicción de la humanidad y la forma más peligrosa de pensar.

Debemos dejar de pensar en el bien y el mal como antagónicos. Al reconocer la realidad del mal relativizamos al bien y al mal y comprenderemos que ambos constituyen dos mitades de la misma totalidad. El bien y el mal dejan de ser evidentes, debemos hacer consciencia de que es nuestra propia valoración es la que los hace tales y partiendo que todo juicio humano es imperfecto, ya no podemos seguir creyendo en la infalibilidad de nuestros juicios, cuyos contenidos dependen del lugar y del momento y, asumen formas muy diversas.

 Finalmente, mientras sigamos ignorando la paranoia política y el proceso propagandístico con el que tratamos de justificar nuestra violencia, será poco probable que lleguemos a tener éxito en el control armamentístico, y no digamos en el tema nuclear, sinónimo de poder omnipotente. La psicología evidencia de que fabricamos enemigos con las partes negadas de nuestro propio yo.